Para crear hay que destruir. Para obtener algo nuevo es necesario que lo viejo deje lugar. Para obtener el vino primero debe de crecer la uva, que debe ser transformada y desaparecer para dar lugar al caldo. Pero vino y uva no pueden convivir juntos, aunque el uno sea condición necesaria para el otro. Lo mismo sucede con la mariposa y el gusano, las estaciones del año,  etc. Todo lo nuevo necesita un camino libre para crecer porque cuando queremos construir nuevas estructuras sobre la base y los cimientos de las antiguas, al final todo acaba derrumbándose. En nuestra cultura cristiana y occidental existe un temor infundado a la renovación, a la destrucción creadora, a la desaparición y al más allá, nos horroriza la muerte como forma natural de dejar paso a lo nuevo y nos empeñamos en salvar todo lo que poseemos y hemos construido sin darnos cuenta que con ello imposibilitamos la oportunidad de crear una nueva realidad. Y lo peor de todo es que cuanto más nos empeñamos en salvar aquello a lo que le ha llegado su fin,  mayor es la caída y destrucción.

Y en eso estamos actualmente, en el dilema del cambio frente a la conservación, entre el miedo a perder lo poco que nos queda y el abismo de la renovación hacia un camino desconocido, entre la seguridad de conservar lo poco que tenemos y la oportunidad de crear algo totalmente nuevo, entre la cobardía de quedarnos casi como estamos y la valentía de querer cambiarlo todo. Si escuchamos a las voces dirigentes de nuestro rumbo (los mercados, el G8, etc.) no hacen más que dar vueltas sobre propuestas que poco cambian las cosas o que si las cambian servirán tan solo para empezar un nuevo ciclo que nos lleve a la misma situación actual en otros 10 o 15 años. Y porque? Pues porque se construyen sobre las mismas bases sobre las que se han creado nuestros problemas.   Es una espiral de difícil solución; Algunos (casi todos con poder y dinero) temen perder todo lo que han ganado y siguen ganando en la turbulencia mientras otros muchos (la gran mayoría) siguen abocándose en una espiral de destrucción y parálisis.

Nada volverá a ser como antes por mucho que intentemos repetir las recetas. La oportunidad que se le brinda a la sociedad, con más opciones que nunca de interconexión, es que asuma que tiene en sus manos el poder de cambiar las cosas. Basta ya de sentirnos tan minúsculos y  sobretodo basta ya de externalizar nuestro dolor, porque cuanto más tiempo pasamos culpando a los demás de lo que nos pasa más débiles y vulnerables nos sentimos. Es hora de deshacernos del pasado y la forma en que solíamos entender el mundo, las relaciones, la economía y el progreso. La nueva sociedad se basará en la cooperación y no en la competencia, en el trabajo en red por encima del éxito individual, en el emprendimiento en lugar de la subordinación y en el talento más que en el conocimiento. Solo así podremos garantizar el bienestar de nuestros hijos.  Todo ello desde una visión holística y global de los actos individuales y globales, con la consciencia de que todo deja huella.

Dejemos la resignación de las voces que nos dicen que no podemos hacer nada. Millones de pequeños aleteos de mariposa pueden producir un huracánImagen, siempre que todas asuman su pequeño rol. Seamos responsables de nuestro futuro de una vez por todas. Una nueva era puede empezar y tenemos el poder de hacerla realidad. Está claro que nos queda mucho camino por delante y que el nuevo año no va a venir con el pan bajo el brazo, así que ya va siendo hora de que salgamos a labrar la tierra y sembrar el trigo. 

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