Pobres Mileuristas. Somos aquellos nacidos entre el 70 y el 80, bautizados y educados para ser universitarios, crecidos bajo dos únicos canales de televisión y con un sólo sistema educativo. La generación que nos crió, muchos de ellos “sesentayochistas” o que al menos pudieron respirar la rebeldía y el cambio de otro modo, nos hicieron depositar nuestras esperanzas al calor de un ficticio prestigio universitario. De repente y casi sin darnos cuenta, ya en los 30, nos dimos de frente con otra realidad. Eternos practicantes y becarios precarios sin precedentes históricos, desprevenidos y teniendo que dar gracias a Dios por unos primeros (y segundos y terceros) sueldos de 800€. No entendíamos nada al ver a nuestros amigos que acabaron estudiando en el instituto de FP como protagonizaron su particular venganza y nos montaban en sus coches nuevos y rápidos, con su ropa de marca, nos invitaban a tomar una copa y nos presentaban amigas.
Olvidados Mileuristas. Somos una generación criada como príncipes para acabar como obreros mientras permanecemos quietos sin encontrar pero esperando ser encontrados, con la máxima aspiración a corto plazo depositada en un billete de low-cost. Desconocidos conformistas, protegidos en exceso y dejados proteger, viviendo en casa de los papás con más años que Jesucristo resucitado. Amateurs perpetuos esperando algo mejor, pasaremos desapercibidos por estar instaurados en el continuismo y seguir con los valores instaurados. Hemos sido protestones y obedientes ante las amenazas, pero como mucho hemos corrido a refugiarnos a algún oasis perdido y lleno de sombras. Somos una especie de bisagra sin engrasar entre dos generaciones, desprevenidos, sumisos y pasivos, cuya máxima manifestación de rebeldía generacional ha sido la protesta en la barra del bar o en la cantina de la universidad.
Adormecidos Mileuristas. Tras estudiar una licenciatura, cursar un máster y buscar empleo en una empresa de nombre para conseguir ganar dinero, realizarnos y ser felices, una gran cantidad de jóvenes permanecen años sentados frente a sus ordenadores en las oficinas de alguna administración pública o multinacional, sin saber muy bien qué hacer con sus vidas, dejándose llevar por la corriente de la aparente normalidad y convicción de haber elegido libremente un trabajo “normal”, mientras esperan que acabe el aburrido vaivén diario y se cuidan de que una vez terminada la jornada oficial su salida no se demore demasiado mientras cumplen su debido “overtime corporativo” (termino que define coloquialmente las horas extra que deben realizar para aparentar ser trabajadores comprometidos y entregados de cara a sus superiores) revisando el Facebook o actualizando el Twitter para llegar a casa y dejarse caer en el sofá a la espera de un nuevo día en el que retomar el círculo del sometimiento cotidiano.
Hipotecados Mileuristas. Somos aquellos que buscan la satisfacción inmediata, el consumo de evasión y la estabilidad de forma desesperada. Después de todo ¿Qué hemos conseguido? ¿Una “magnífica” hipoteca bendecida y avalada por nuestros familiares que nos motivaron a comprar en plena burbuja?
Olvidados Mileuristas. ¿Qué estamos buscando? ¿Qué camino escogemos? ¿Qué coste estamos dispuestos a asumir?