En unas recientes jornadas sobre comercio celebradas en Barcelona, le preguntaban a un comerciante catalán, presidente de una importante cadena de electrodomésticos, cómo había conseguido hacer de una pequeña tienda familiar una red de más de 150 tiendas. La respuesta fue sencilla: “Como lo hice? Muy fácil. Una detrás de la otra.” Lo que quería decir es que para que estén hechas, las cosas hay que hacerlas. No hay que pensar tanto, ni analizar, ni reunirse tanto, ni debatir, reflexionar, evaluar, criticar, protestar, hay que hacer. La primera diferencia entre los que consiguen algo y los que se quedan en el camino es que mientras los otros discuten cuando empezar algo, uno ya ha empezado. Las escuelas de negocios se dedican a aprender  casos de gente que no ha ido a escuelas de negocios, porque mientras otros pensaban ellos hacían. 

Así que no pensemos tanto en actuar y actuemos. No podemos quedarnos siempre parados esperando que nos reconozcan, que nos ayuden, que nos contraten. No podemos limitarnos a visualizar, sino ejecutamos, ni podemos dedicarnos a analizar riesgos y antecedentes que no hacen sino mermar nuestra iniciativa y capacidad de lograr cosas que inicialmente parecían imposibles. De nada sirve saber cómo se corre sino echamos a correr. Y por largo que parezca el camino, cuanto antes empecemos, antes acabaremos.

Hay historias que ilustran como el ser humano es capaz de crear realidades, independientemente de las condiciones de partida, a través del esfuerzo y la perseverancia. Historias ficticias que a veces se convierten en realidad. El maravilloso cuento de Jean Giono “El hombre que plantaba árboles” que cuenta la fábula de un pastor que  convierte una árida y desolada zona de la Provenza en un bosque verde y lleno de vida, se ha convertido en realidad con la historia de Jesús León Santos, un campesino indígena mexicano que durante los últimos 25 años se ha dedicado a repoblar el paisaje del lugar donde vivía, la Mixteca Alta, en la región  de Oaxaca. Jesús se puso manos a la obra con 18 años para cambiar una zona árida y sin agua que había sufrido un fuerte deterioro a causa de la tala intensiva, la industria de producción de cal y el sobre pastoreo y que sufría un proceso de emigración de sus vecinos a otras zonas más fértiles. Con las técnicas agrícolas precolombinas aprendidas, reuniendo a 400 familias de 12 municipios y creando un centro de desarrollo agrícola con los mínimos recursos económicos impulsaron un programa de reforestación cavando zanjas, plantando barreras naturales, sembrando árboles y trayendo abono. Plantaron alrededor de 4 millones de árboles de especies nativas y se fijaron la meta de conseguir ser independientes alimentariamente. Tras 25 años de mucho esfuerzo la Mixteca Alta ha reverdecido, tiene manantiales, árboles, comida y la gente ha dejado de emigrar.  Ha recibido varios importantes premios entre ellos el Nobel de Ecología de 2008. A día de hoy, continúan plantando 200.000 árboles anuales y dando ejemplo de lo admirable que puede llegar a ser la condición humana.

Muchos piensan que hay cosas que no se pueden cambiar o que aquello que nos sucede es cuestión del destino y que casi nunca hay nada que hacer, pero lo cierto es que el destino es aquello que nos sucede si no hacemos nada para remediarlo.

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